Agosto se va y, aunque lo he disfrutado un montón, confieso que estoy deseando que llegue el otoño. Es lo que tiene vivir en un pueblo costero... Que durante los meses estivales pierde la tranquilidad que lo caracteriza, se llena de gente y hasta hacer la compra se vuelve una odisea.
Así que, por un lado, no puedo dejar de pensar en la calma que empezará en septiembre y octubre (mis meses favoritos), ya que aunque sea otoño, en los últimos años pude disfrutar de algunos rayos de sol y de una playa vacía en la que tumbarme a echar la siesta o cargar las pilas.